El 15 de septiembre de 2020, Día de la Independencia de Honduras, una multitudinaria manifestación convocada por sindicatos, estudiantes y otros sectores de la sociedad se congregó en el Parque Central de Tegucigalpa para protestar contra la corrupción y la mala gestión de los fondos públicos en torno a la pandemia de Covid-19. Los manifestantes pretendían leer una proclama contra las políticas del entonces presidente Juan Orlando Hernández. También exigían saber qué había ocurrido con los cinco jóvenes afrodescendientes desaparecidos tres meses antes. La policía nacional disparó granadas de gas lacrimógeno contra los manifestantes y utilizó cañones de agua para dispersar a la multitud.
La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Honduras condenó el uso de la fuerza contra ciudadanos por parte de la policía. Consideró que estas acciones constituían una violación de los derechos fundamentales en medio de una suspensión de las garantías constitucionales dictada en Honduras por el entonces presidente Juan Orlando Hernández, que había establecido el estado de excepción y el toque de queda en todo el país. Este decreto anulaba garantías tan amplias como la libertad de pensamiento, la libertad de circulación y la libertad de asociación, permitiendo al Estado detener a ciudadanos por tiempo indefinido y registrar domicilios particulares.
Varios manifestantes resultaron heridos durante la represión y tuvieron que ser trasladados al hospital. Entre ellos se encontraba Cristian Espinoza, un artista de 26 años que fue alcanzado en los ojos por un chorro de agua a alta presión mezclada con productos químicos.
Cristian declaró ante el tribunal que, mientras estaba en el parque, la policía empezó a disolver la manifestación. Algunos manifestantes respondieron lanzando piedras a los agentes de policía, mientras detenían a gente y otros empezaban a huir. Cristian quedó atrapado en el centro del parque; retrocedió buscando una salida y entonces vio un tanque azul de cañón de agua con los cristales tintados. El cañón de agua disparó un chorro de agua a alta presión contra él. El agua le golpeó violentamente en los ojos y le desprendió los párpados. La presión era tan fuerte que perdió la vista y cayó al suelo. Algunas personas acudieron en su ayuda y lo cargaron a la espalda cuando Cristian se desmayó. Recobró el conocimiento en el servicio de urgencias del Hospital Escuela Universitario (HEU), donde le dijeron que tenía la retina del ojo derecho desprendida y que necesitaría cirugía para reparar ambos párpados.
La primera intervención tuvo lugar esa misma noche. Espinoza permaneció en el hospital durante ocho días debido a la gravedad de sus lesiones oculares, que casi le dejaron ciego. En los meses siguientes, pasó por una difícil recuperación; su visión estaba afectada tanto por la luz artificial como por la luz solar, y sufría fuertes dolores de cabeza. Esto le impidió trabajar como artesano y artista de circo. Se sometió a dos operaciones más para recuperar la vista.
Cristian señala que siempre estuvo comprometido con el activismo político, pero que después de lo ocurrido en 2020, aquel día de septiembre, todo cambió; no sólo le afectó a él, sino también a su familia, principalmente a su madre.